Hoy,
como el día ha estado desapacible y lluvioso no he salido de casa,
pero he pasado una tarde deliciosa y amena leyendo historias y
cuentos budistas. Lo he pasado tan a gusto que quiero compartir
algunos con vosotros; seguro que, como yo, sacaréis alguna enseñanza
de ellos. Espero que los disfrutéis.
LA
TAZA VACÍA
Según
una antigua leyenda, un famoso guerrero va de visita a la casa de un
maestro de Zen. Al llegar se presenta a éste, contándole todos los
títulos y aprendizaje que ha obtenido en años de sacrificados y
largos estudios.
Después
de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para
que le enseñe los secretos del conocimiento Zen.
Por
toda respuesta el maestro se limita a invitarlo a sentarse y
ofrecerle una taza de té.
Aparentemente
distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro
vierte té en la taza del guerrero, y continúa vertiendo té aún
después de que la taza esté llena.
Consternado,
el guerrero le advierte al maestro que la taza ya está llena, y que
el té se escurre por la mesa. El maestro le responde con
tranquilidad:
Exactamente,
señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted
aprender algo?
Ante la
expresión incrédula del guerrero , el maestro enfatizó:
“A
menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada”
EL
SUFRIMIENTO
Una
pobre viuda, que vivía en los tiempos de un maestro de la Sabiduría,
tenía un hijo al que adoraba.
Un día
su hijo enfermó y murió y ella, loca de dolor, se negó a
enterrarlo y lo llevaba consigo a todas partes, sin hacer caso a las
palabras de consuelo y resignación que la gente le dirigía.
Alguien
le dijo que el Maestro estaba en un bosquecillo cercano a la ciudad
con sus discípulos.
La fama
del Maestro se había extendido por todas partes, y era considerado
un gran santo, capaz de hacer los mayores milagros. La pobre viuda
llegó con el cadáver de su hijo ante el Maestro y echándose a sus
pies le rogó, entre sollozos que le devolviera la vida. El Maestro
le dijo:
Le
devolveré la vida a tu hijo a condición de que me traigas un grano
de arroz de una casa de la ciudad en donde no haya muerto nadie.
La
viuda, llena de esperanzas partió para la ciudad y empezó su
búsqueda.
En
ninguna casa le fué negado el grano de arroz pero...
_Mi
padre murió hace un mes....
_Mi
suegra expiró la semana pasada....
_Ayer
hizo un año que murió mi marido....
No
encontró ni una sola casa en donde no lamentaran la muerte de
alguien.
Cuando
la última casa del pueblo se cerró a sus espaldas, no había podido
conseguir aún el grano de arroz.
Al
anochecer llegó el sabio. La mujer iba sola, llorando dulcemente. ¿Y
tu hijo? ¿Dónde lo has dejado?, le preguntó el Maestro
envolviéndole en una mirada compasiva.
Mi hijo
ya no existe. Ha muerto y lo he enterrado junto a su padre. Ya he
comprendido, Maestro.
!Por favor, enséñame! Y el Maestro la acogió
en el bosque, y desde entonces y hasta su muerte fué su discípula.
Éste
último cuento habla del karma, que es “la energía que se
desprende de cada una de las acciones del indivíduo y que condiciona
a cada una de sus reencarnaciones hasta lograr la perfección”.
Por lo
tanto, es la idea de que cada reencarnación está influída según
las acciones realizadas en vidas anteriores. Es como la ley de causa
y efecto. Todas las acciones , buenas o malas que hayamos hecho en
una vida, tendrá las mismas consecuencias, buenas o malas en
próximas existencias.
KARMA
Sariputta
era uno de los más grandes discípulos del Buda y
llegó a ser un iluminado de excepcional sabiduría y sagaz visión.
Viajaba
propagando la enseñanza, y cierto día, al pasar por una aldea de la
India, vió que una mujer sostenía en una mano un bebé y con la
otra estaba dando una sardina a un perro.
Con su
visión clarividente e intemporal pudo ver quíenes fueron todos
ellos en una pasada existencia.
Se
trataba de una mujer casada con un cruel marido que la golpeaba a
menudo. Se enamoró de otro hombre, pero entre su padre y su marido,
poniéndose de acuerdo para ello, le dieron muerte.
Ahora
la mujer mantenía a un bebé en sus brazos, su antiguo amante, que
fuera asesinado. La sardina era su despiadado marido, y el perro, su
padre.
Todos
habían vuelto a reunirse en la presente vida, pero en condiciones
muy distintas.
Nadie
puede escapar a sus acciones, tal es el designio del karma